miércoles, 20 de enero de 2010

Las mujeres del Centenario

Ana Verdeja


Las mujeres del Centenario

No estoy segura de que al hablar de los hombres ilustres la historia se refiera al género humano o sólo se refiera a aquellos varones que dando muestras de su sentido de justicia, valentía y heroísmo han engrosado las páginas de la historia mexicana.

Se aproxima el Centenario de la Revolución Mexicana y se antoja como gran pretexto para hablar de esos próceres de la patria que murieron defendiendo el lema de Sufragio efectivo no reelección o Tierra y libertad. Sin embargo, la lista es grande, los nombres son dignos protagonistas de novelas, cuentos, libros de historia, biografías. Pancho Villa, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero y muchos más tienen páginas y páginas escritas en su honor.

De pronto me enfrasco en la lectura revolucionaria y todo se vuelve blanco y negro, el flash back me lleva a una especie de desierto y a lo lejos, entre la polvareda y el vapor, aparecen cientos de personas que corren a lo largo de las vías. La tierra se va asentando y por fin el tren para, pero las personas siguen corriendo y me doy cuenta que son cientos de mujeres, todas igualitas, no encuentro a ninguna mujer como no sean miles de Adelitas esperando a que el maquinón de principios de siglo pare en un estruendoso alto y de él desciendan otros miles de Juanes y pelones que buscan desesperados a sus novias, esposas o amantes y darse mutuamente lo que han guardado durante meses uno para el otro.

Algunas llevan criaturas en la espalda, amarradas con un nudo indestructible que separa sus senos fláccidos y que ciñe los cuerpecitos de los niños a los riñones de sus madres quienes además, cargan de todo: frijoles refritos, tortillas hechas a mano, un comal y carbón, algo de ropa; muchas de ellas llevan armas entre sus vestidos por si las dudas.

Y entre los vestidos largos, el rebozo a rayas y el costal de cosas, cargan también un hogar entero; por lo pronto una vida de soledad y miedo que encaran tan valientemente como sus hombres en el frente revolucionario y cargan la nostalgia de no tener en la puerta a un hombre armado que defienda su casa y sus hijos cuando llegan otros hombres de otros lugares, peleando para la misma guerra pero defendiendo otros nombres. Ellas, son capaces de matar para que no las tomen por la fuerza o de ceder para que no abusen de sus hijos o hijas.

En medio de un calor quemante, los rostros morenos y sudorosos de las mujeres que han aguardado por días y que hoy buscan a sus hombres reflejan la impaciencia, la incertidumbre de saber si EL aún vive.

Los hombres, los valientes, los Juanes o pelones, los machos, los revolucionarios bajan del tren y buscan con la mirada parados en el mismo lugar; ellas son las que se mueven desesperadas buscando no sólo a esposos, también a hijos llevados por la Leva.

Algunas ya pueden sentir la felicidad que brinda tocar, oler, recordar y tener al ser querido cerca. Un grupo de mujeres llora, nunca más volverán a sentirlo, pues algunos de ellos han preferido no volver, han mandado decir que han muerto y otros, verdaderamente han muerto.

La noche oscurísima es disipada con cientos de fogatas a lo largo de la vía férrea, el tren es un gigante y mudo gendarme que les recuerda que volverán a irse. Las carcajadas de los hombres nacen después de largos tragos de aguardiente, unos queman tortillas, tocan guitarras, bailan, cantan, beben, les hacen el amor a sus mujeres; pero no las acarician, no preguntan cómo están y en un arrebato de ira las golpean para que no olviden que son ellos quienes mandan en casa que, por esta noche, está vacía.

Despierto de mi letargo y en la mente sólo tengo una pregunta ¿qué hubiera pasado si en lugar de hombres bajando del tren hubieran sido mujeres? ¿Cuántos hombres habrían llegado cargando a sus hijos con la esperanza de volver a verlas?

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